Relato humorístico premiado al mejor humor cordobes
Título: RALLY EN LAS SIERRAS
Seudónimo: CHAVETA
—Che, Negro, ¿viste los pasacalles?
—No, ¿dónde?
—En el “Arco de Córdoba”. Hay Rally el domingo.
Gustavo guardo la llave número diez y sacó la nueve. Con la precisión de un artista giró la muñeca hasta que la tuerca del radiador se desprendió. Limpió con un trapo la superficie grasienta y trató de colocar la nueva tuerca en la posición original.
El almuerzo estaba servido cuando la Tota llamó por la ventana. La fuente de fideos rebalsaba:
—Hay que avisarle al Cabezón que tiene la chata grande.
—Yo le digo cuando vuelva.
—¿De qué hablan? —acotó la dueña del hogar.
—Que, ¿vivís en un termo?, este domingo hay Rally, así que hay que ir preparando las reposeras y todo. ¿Dijeron algo en la radio?
—Nada, capaz que sea una carrera local.
—Poné al “Lagarto” a ver si dice algo en la tele.
La mesa, frente al televisor infaltable y siempre prendido, y las sillas en semicírculo familiar apuntando a la pantalla, dejaba ver las figuras sonrientes de los protagonistas que saludaban desde la caja boba. Nada de la competición, ni siquiera en las propagandas.
—Qué raro.
—Lo pasarán más tarde.
—¿Y si llamamos a la radio?
Debían cerciorarse, no vaya a ser que un loco pusiera los carteles para joder a la gente. Luego de unos minutos pudieron comunicarse con la producción del programa de Mario.
No sabían nada del Rally, pero iban a corroborar en la agenda para ver si encontraban algo, porque parecía que ya habían llamado más de tres mil personas preguntando por lo mismo.
Efectivamente, un centenar de pasacalles, ubicados en puntos estratégicos de la ciudad confirmaban el hecho.
—¿Que hacemos, Mario?
—Mirá, debemos dar la primicia. Aguantá unos minutos a ver si me comunico con la “Peña del Rally” y lanzamos la bomba.
El tiempo pasaba y los teléfonos de la radio se hallaban saturados.
—Muchachos, vengan todos. Pongan música al aire.
Los oyentes no dejaban de llamar y los mensajes se agolpaban de a miles en los celulares de contacto. La ciudad en masa se disponía a movilizarse a las serranías a ver pasar los autos bramadores, y la radio no decía nada.
Todos los cordobeses dispuestos a llenarse de tierra, renegar con el tráfico, putear, discutir, estresarse, renegar con el motor recalentado. Sería la primera competición pos pandemia.
—Lancemos el misil —dijo el locutor más escuchado de la Docta.
—¡Amigos, este domingo, a disfrutar del Rally en las Sierras!
La noticia voló y los medios vecinos tomaron la misma y la replicaron. Caravanas de automóviles se agolpaban en el camino a las Altas Cumbres a paso tortuga. Nadie quiso faltar a la cita.
—Mario, no puedo comunicarme con nadie que me informe de los nombres de los competidores, ¿qué hacemos?
—No sé, busquen en los archivos, inventen cualquier cosa. Dos millones de personas están acampando en las rutas y algo hay que decirles.
Un asistente con una caja se hace presente:
—Don Mario, son unos audios grabados en cassettes del año ‘85. Es lo único que encontré.
—Dale, dale, no importa, que no podemos perder tiempo.
El viento hacía tiritar hasta el alma, pero la ginebra y el fernet lo calentaban todo. Las carpas de nylon improvisadas, casillas rodantes, vehículos a ritmo de cuarteto, una fogata aquí, otra allá, los choris, el humo, hacían la espera acogedora.
La Tota sacó un pedazo de pan casero de la bolsa. Sentada en la reposera escuchaba atenta las noticias.
—Parece que corre el “Chancho” Raies.
La carcajada fue generalizada.
—No, vieja, deben estar recordando las carreras anteriores. ¿A qué hora largan?
—A las ocho de Copina.
—¿Dijeron quién larga primero?
—Recalde, con el Renault 18.
—¿El Cabayo’e Lona?
Las risas fueron a coro. Parecía que a la Tota se le mezclaban los caramelos.
—Dejala, Negro, ella no entiende ni medio, pero es de fierro.
Dese los móviles de la Prensa se disponían para hacer algunos reportajes a la gente. Las voces se entremezclaban entre las pichanas, mientras los periodistas entrevistaban a quienes podían: “Siempre venimos, no nos perdemos ni una carrera.
De diez más IVA. Frio, pero vale la pena. Acá, con “La Mona” a full. Bárbaro papá, tomando un “fernando”, y ¡aguante el Rally carajo! Joya, viejo, ¿puedo dar un saludo?, un saludo al “Fafafa” que tuvo que laburar: ¡Gilazón, mirá el Rally por tv!”
Amanecería en breve. Sombras difusas se iban moviendo lentamente hacia la ruta de tierra. Linternas, teléfonos celulares, cámaras de fotos, todo lo mínimo e indispensable para no perder detalles. La sierra parecía cobrar vida desde las entrañas profundas y el resplandor de un nuevo día se vislumbraba entre las rocas.
—¿Qué dicen?
—Falta para que larguen, pero parece que Recalde es el primero.
—No puede ser —arremetió Gustavo.
—¿Recalde no murió? —dijo uno por el costado.
—Si, en el 2001.
—Será un pariente, entonces.
Faltaba poco para dar comienzo. Desde el éter la radio trasmitía alocadamente como si fuera un partido de futbol cada movimiento, cada detalle.
En las curvas del bajo se veía una polvareda. La Tota sostenía una sonrisa de felicidad:
—Deben ser los autos que avisan con la bandera para que no haya accidentes —dijo.
En unos minutos, un “Land Rover” verde oscuro, seguido por dos autos, asomaba la punta. Brazos en alto, clic de fotografías, gritos y algarabía generalizada se escurrían por la banquina en señal de agradecimiento.
Desde el interior del primer vehículo, el chofer saludaba con la mano izquierda y maniobraba lentamente para no pisar a nadie, mientras le comentaba a los acompañantes:
—Che, que loco, tanta gente.
— ¿Habrá alguna carrera? —preguntó el que estaba sentado en el asiento trasero.
—Puede ser, no creo que vengan a tu peña.
— ¿Quién te dice?, yo hice poner los pasacalles en los accesos de la ciudad.
El “Rally” Barrionuevo comenzó a tararear una canción que nunca había interpretado en los escenarios de las Sierras: “Por esas cosas tontas de la vida…”
Por Oscar Salcito.
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