LA NOCHE SE ASTILLÓ EN LOS ADOQUINES

Oscar Salcito

Ensayista y escritor, es autor de un ensayo histórico: “Brochero, la historia oculta” (editorial El Escarabajo Azul, 2017), y publicó una novela corta en 2019: “Cuando hablan los vientos” (Nodo Ediciones). Fue columnista de la Revista “Haciendo caminos”, y codirector de la Revista “Ecos de mi pueblo”. Socio Fundador de la Biblioteca popular “Rosa A. de Molina”

enero 22, 2025

La noche se astilló en los adoquines. El viento del sur tajeó mi cara acalorada por la ginebra. De pronto un hombre. Su rostro se escondía tras el humo del cigarro. Balbuceó algo. ¿Me da fuego?, le dije, mientras las luces de la vereda cobraban vida. Sacó de su bolsillo una cajita de fósforos, Fragata, alcancé a distinguir. Luego se perdió en la oscuridad. Las astillas del empedrado me lastimaban al igual que un cuchillo, el mismo que se hunde en mi alma.

Caminé sin rumbo fijo. Solo caminé sin percibir más que el aullido de los lobos. Hacía tiempo que sentía esos aullidos, me sentía cómo un lobo estepario pero sin un manuscrito de Hermann Hesse. Un aullido fatal, que aturde, que enloquece, o seguís el torbellino de redes, selfis o reels, o la nada. Solo queda la inmensidad de la nada.

Al doblar por la esquina, el cartel luminoso daba la sensación que la ciudad no estaba sola, que seres vivos la habitaban, pero escondidos tras una fantochada, una máscara de carnaval tardío que se perdió en los arrabales. Una luminosidad donde la realidad y la ficción se entrecruzan, ¿Cuál es cuál? Una máscara de papel maché cuando ya nadie usa ni crea con papel maché.

¿Dónde quedó el aroma al tomate? ¿O la llamada por teléfono, o el sonido de una máquina de escribir? Un réquiem para una Olivetti. ¿Dónde está el tiempo para ir a comprar pan y comer las cortezas? Hoy se ofrece pan de cartulina, junto a un ovillo de lana y un cargador de celular, al igual que un cambalache. ¿Dónde está el tiempo? El tiempo para una cita a ciegas en la escalinata de La Catedral, o el Cabildo.

Tiempo para dar vuelta el disco al lado B. ¿Dónde está el lado B de las cosas?, la espera del resultado del crucigrama el próximo domingo, la salida al cine con pizza y fainá, y la banderita del taxi mientras la luna rueda por Callao. Luna plateando los barrios en un cantar de gitanos ¿Dónde quedaron la belleza y las paredes con consignas de amor y lucha, sin Wi-Fi, ni QR, ni Moosk?

Me detengo ante el puente del río que surca la ciudad. Miro hacia los lados. El hombre del cigarro está allí, a unos metros, pegado a la baranda. Me mira y se acerca. Saca nuevamente su cajita de fósforos, Fragata, alcancé a distinguir y me convida fuego. Luego se aleja. Somos más que dos, pienso. Y más de dos, es multitud.

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